
La Tierra Prometida es una película de aventuras histórica, un género que ha dado grandes frutos a lo largo de la historia del cine como Lawrence de Arabia, Gladiator, Titanic, Braveheart, Bailando con Lobos o El Último Samurai, entre otras. Si bien en las últimas décadas este subgénero se ha diluido bastante, en La Tierra Prometida encontramos una obra digna de convertirse, por lo detalladamente convencional que es, en un referente. Bienvenidos a la tercera película de 2024.
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No todo drama histórico tiene que ser un drama
A ver, La Tierra Prometida es un drama histórico, es una película de aventuras, es un western y hasta es un romance, hace décadas que el tema de los géneros está superado y solo son una serie de divertidas etiquetas para tratar de aunar temáticas, pero al incluir aspectos formales, pues es todo más complicado. Igualmente volvemos al título, sí, La Tierra Prometida es cine histórico de aventuras y es drama histórico, es ambas a la vez, pero en su tratamiento de la parte dramática es donde se distancia.
La película no teme en ningún momento reforzar su historia exagerando los tópicos con los que se construye, especialmente al contar con un villano muy estereotipado y un protagonista exageradamente terco. Algunos personajes son planos, en el buen sentido, en su capacidad de formar parte de un arco dramático y poco más, para que así tenga más aire, tiempo y cocción la trama del protagonista, la de la supervivencia frente a la discriminación.
Resulta curioso como una película con un mensaje tan claro contra la discriminación de clase, de género y de origen étnico, no sea un drama doliente, si no una aventura optimista. Una lucha constante por lo correcto en la que el espectador solo puede disfrutar de cómo avanzan las tramas de venganzas y justicia. Por ello está genial que este drama histórico, con un competente tan dramático en el centro de su discurso como es la discriminación, sea un genial divertimento, una aventura que merece la pena vivir a pesar de los pesares.
Un western en el lugar más inesperado
Como buen western es un choque entre civilización y lo que queda por civilizar, siendo muy irónico como la civilización llega a los páramos por parte del protagonista, mientras que lo salvaje forma parte del poder feudal local capaz de enfrentarse a las órdenes del mismísimo rey.
Una ironía que va más allá, al mostrar mucha más honradez y ética en bandoleros y fugitivos que en las cortes de Schinkel, el señor feudal. De hecho, la película avanza dotando de gran poder a las figuras femeninas, ambas son una suerte de proscritos de la sociedad ya sea por no cumplir con las injustas ordenes de su señor o por su origen étnico. Estos dos personajes no orbitan entorno a Ludvig, el protagonista, se enfrentan a él, se relacionan con él y se enamoran, a su manera, de él. Siendo su tenacidad y honestidad lo que lo convierte en un polo de atracción y no su figura masculina.
Y es que el protagonista, como bien reza el título original, es un bastardo, es otro proscrito más, aunque su condición de hombre le permitió llegar más lejos, con un techo de cristal distinto al de sus compañeras. No hay en él una fantasía de poder, puesto que a menudo es el débil de esta extraña familia, pero sí la personificación de los valores que da fuerza a los tres personajes para mantenerse en pie frente a los poderes externos y salvajes; ya sean de la naturaleza o de un antagonista malcriado.
La tierra prometida es un logro técnico
El género del western nos ha dado muchas películas que han destacado por los aspectos técnicos y aquí es el caso. La fotografía acompaña a la perfección todas las escenas, destacando en el duro y frío invierno y con algunos planos detalle que hacen del macro una seña de identidad. Esos pequeños detalles se engrandecen, puesto que cosas como la más mínima brizna de una planta son la señal de esperanza que el protagonista busca en todo momento.
No hay escena de día o de noche que no esté planificada con mimo, desde los fastuosos angulares mostrando el duro paisaje de los páramos daneses en contraposición a las fastuosas tierras del gobernante local.
La música también consigue destacar, ofreciendo temas reconocibles que crecen con los personajes y con las diferentes tramas y consiguiendo cierto protagonismo a través de las melodías, algo que por desgracia es cada vez menos habitual.
Ojalá más películas como esta
En definitiva, Bastarden o La tierra prometida es una de esas películas que merece la pena ver una y otra vez siendo fiel a sus géneros y mostrándose consciente de su condición de película para las masas. Es la “Bailando con lobos” o “El último mohicano” de nuestros tiempos que para sorpresa de todos ha salido de un pequeño país escandinavo llamado Dinamarca.
Espero que tenga el éxito y reconocimiento que se merece y recupere una forma de hacer cine que estamos perdiendo por la obsesión por metrajes interminables y producciones excesivas llenas de personajes que no consiguen el protagonismo necesario a pesar de contar con centenares de minutos a su disposición.