Bala Perdida, Aronofsky homenajea a los directores de su generación

Aronofsky es un tipo muy peculiar, salió de una de las propuestas indies más “indie” que uno pueda echar en cara, con una película en blanco y negro en 16mm con un grano tremendo, dejando claro desde su propia textura toda su identidad, a eso le sumamos la historia de un hombre que desciende a la locura tratando de desvelar un patrón en el número Pi. Posteriormente nos hizo experimentar como espectadores el mundo de las adicciones (sí, no solo drogas) con un virtuosismo visual sin parangón y luego su exceso de ambición le llevó por extraños derroteros épicos e incluso bíblicos y terminar con historias de dramatismo social. ¿Qué esperarse entonces de Bala Perdida? Pues una sorpresa.

bala perdida los rusos y el puertorriqueño

Bala Perdida, otro título mal escogido por marketing

Es un problema cuando una película tiene un título maravilloso en su lengua original casi imposible de adaptar, no por su significado literal, como por todas las implicaciones que contiene. En este caso Caught Stealing es un título que define mucho más que una situación que pueda ocurrir al cometer un delito, es también un término del béisbol que tiene aún más sentido en la película. Es una pena que por razones culturales (más que de traducción) nos perdamos estos aspectos que requerirían de una explicación que no está presente y que limita las posibilidades de entenderlo.

Sin embargo, Bala Perdida no es la propuesta que toca, ya que trata de definir en exceso al personaje protagonista y hasta desdramatiza sus decisiones. Sí, cuando ves la película no piensas tanto en el título, pero ay como puede destrozar un mal marketing las posibilidades de éxito. Y si no que se lo digan a la maravillosa El Bosque/The Village.

Los bajos fondos del Nueva York de los 90

Aronofsky nos lleva a un Nueva York familiar en el mundo del cine, pero que parece propio de una era histórica completamente distinta a estas alturas. Y es que la sombra de las Torres Gemelas, a las que no duda en mostrar en numerosas ocasiones, marca una separación clara de los tiempos. Esta no es la Nueva York en la que nadie sin un salario de 5 ceros puede vivir, es una ciudad mucho más sucia, pero también más auténtica. Ojo, lo que mueve la película no es la nostalgia, pero aunque sea un sentimiento del que suelo rehuir, me parece importante reivindicarlo como arma contra la gentrificación globalizada.

bala perdida el punk britanico que vive en nueva york de los 90

En fin, que me voy del hilo. Bala Perdida sucede en la famosa Gran Manzana y le da un peso muy especial, al ser mucho más que valores de producción y calles, son sus famosos guetos, los que dan lugar a toda la historia que sucede. Puertorriqueños, judíos, rusos y un punkarra británico que ya resultaba anacrónico, conforman el plantel que rodea a un carismático Henry Thompson.  Lo interesante de todo esto, es que es una película que retoma el humor algo edgy de los 90 y esta multiculturalidad compartimentada para contar una historia muy propia de obras que hemos visto en la filmografía de Guy Ritchie.

El retorno a este pasado sirve para definir a unos personajes con personalidades muy fuertes, que pese a todo, se ven constantemente arrollados por su entorno. Además, todo ocurre por una serie de malentendidos que solo pueden ser solucionados cuando el protagonista se da cuenta que no tiene nada más que perder.

Humor muy negro

Algo que llama mucho la atención de esta película es su humor, muy negro, no hablo solo de hacer escarnio de temas raciales/culturales en los que todos los personajes de cada gueto practican su propia xenofobia. Hablamos de la capacidad por mantener cierto tono de tragicomedia de enredos en medio de torturas sin censura y alguna muerte realmente dolorosa para el protagonista y los espectadores. Bala Perdida no se corta en absolutamente nada y, aunque se agradece, se entiende que esto le va a pasar factura porque el público al que puede dirigirse es menor de lo que parece.

Algunos de sus mayores momentos de humor negro llegan a mezclar el slapstick (sí, esa forma de humor físico que solo suele funcionar en el cine y en el circo), con consecuencias realmente funestas. O los diálogos jocosos con personajes con los que es francamente difícil empatizar. Para muchos va a ser un error de tono, para otros, entre los que me encuentro, es una obra peculiar que merece verse con la mente bien abierta y dejándose llevar.

Austin Butler se corona

A estas alturas ya no es una sorpresa decir que Austin Butler es un gran actor. Su papel en Érase una vez en Hollywood conseguía despertar temores en una película que poco tenía de terror, su Elvis fue merecidamente laureado y la representación de Feyd-Rautha Harkonnen en Dune será recordada para siempre en el género de la ciencia ficción. Aquí lo pone todo sobre la mesa para que seamos capaces de empatizar con un auténtico bala perdida, con un pobre chaval que sufre los constantes embates del injusto mundo en el que vive.

El dolor que expresa se transmite a través de todos sus gestos y de cada mirada. Sabes en todo momento que hay una espina clavada en su pasado que es más que una frustrada carrera deportiva. Hank, sobrenombre de Henry, padece y lo oculta. Su alcoholismo es clara consecuencia y no causa de sus problemas, su incapacidad por implicarse es el trauma que se hace físico en su malestar en la rodilla. De nuevo, lo físico, que aquí no llega al slapstick, es el drama y es la comedia en esta vida.

Vuelta a los 90 del cine

Si el propio Guy Ritchie ya está algo descafeinado últimamente, destacando más por sus series que por sus películas, Darren no resulta del todo atinado al tener, como ya dije, una capacidad por el dramatismo muy fuerte que choca de lleno con el humor negro que rodea a la obra tanto por su trama de enredos. Donde Ritchie funciona por exagerar y por una estética marcada y efectista, Aronofsky genera problemas al sacar unas actuaciones tan honestas del elenco principal y un toque más seco y realista.

bala perdida los guetos de Nueva York con judios estilosos

El tema es que esta película bebe también de dos directores de los 90 como son David Fincher (en esa época mucho más dado a la estética del videoclip) y Danny Boyle, con el peso que tenía la textura y la ambientación en sus películas. Una estética que podía cambiar la tonalidad en un instante y que Aronofsky homenajea, pero no tiene su misma capacidad a la hora de trasladar esas sensaciones del cine más de entretenimiento. Es muy autoral, y siempre se da de bruces con el espectáculo, pero siempre roza el larguero.

Esperemos que su siguiente película encuentre un tono más acertado, o que siga así, que también se disfruta cuando uno sabe dejarse llevar.