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Sirat, se buscan director y script; razón: parachoques

Vi Sirat en el estreno y he preferido esperar un poco y pensar más en ella antes de comentarla. La realidad es que cuanto más pienso en todo lo que hace, más sobrevalorada me parece. No encontraréis mucha crítica destructiva en este blog y haré todo lo posible para que esta reseña esté a la altura.

Dejarse llevar

No lo voy a negar, el inicio de la película me atrapó al instante. Es cautivador ver como en desierto se prepara la fiesta, con una forma ritual, casi mística de ir colocando el equipo de sonido. Lo que sigue es una especie de veneración de la música electrónica y de cierta libertad en la decisión de dedicar la vida a la fiesta y al escapismo. Y es que lo importante es esto último, el escapismo.

Una vez anochece aparecen los personajes protagonistas, un padre y su hijo que andan buscando a la hija y hermana, respectivamente. Viajar hasta zonas remotas de Marruecos para tratar de descubrir si la chica está bien es un buen McGuffin, consigue llamar la atención a pesar del sinsentido de llevarse al hijo con su perro. Una decisión aún más incomprensible a medida que avance la trama de esta singular búsqueda.

¿Por qué hago tanto hincapié en este aspecto? Porque hay una intención clara en esta inclusión sin mucho sentido, el inicio de un juego macabro con el espectador. Se nos presentan algunos de los otros personajes a medida que el niño y su padre van preguntando. Hasta llegar al primer punto de inflexión, la aparición de los militares de los que se escabulle el grupo que seguirá en la búsqueda de las raves de forma bastante estúpida. A partir de ahí empiezan las contradicciones de Sirat.

Sirat padre e hijo más perdidos que el director y el script

Escapando de la realidad

Aparte de la poco creíble huida de los militares que ni parecen tratar de perseguir a los fugados, la película continua. De repente se complica la situación por una especie de inicio de la tercera guerra mundial a la que en general permanecen ajenos. La sociedad entre la que se mueven busca refugio, huye y agota el combustible, al evitar la cola acaban ellos pagando más porque claro, ellos pueden permitírselo.

A medida que avanza este road trip tan particular el padre, figura que representa los valores sociales más establecidos va conociendo mejor al peculiar grupo que vive en buses y caravanas buscando constantemente una fiesta con la que escapar de todo. Algunos de ellos tienen amputaciones, pero juegan el clásico papel del marginado de buen corazón. Lo importante es que suceda lo que suceda ellos siguen adelante buscando el punto en el que se realiza otra de estas fiestas clandestinas.

Sirat es incoherente

Evidentemente el contexto social del que he hablado es algo central en la decisión que nunca toman conscientemente de avanzar como toca, huyendo de la guerra. Ellos tratan de escapar también de esa huida, de la sociedad en general que los margina por sus diferencias visibles. Su ruta se va complicando, demostrando que no tienen un rumbo real, que andan perdidos mientras el mundo parece colapsar cada vez más.

Y el mundo colapsó

Sirat es interesante en su nudo porque va mostrando ese escape de la realidad en un mundo que se niega a dejarlos escapar. La creciente preocupación de algunos miembros del grupo por una guerra mundial y la dificultad cada vez mayor para encontrarse con ciudadanos de este Marruecos desolado generan una evolución digna de ser explorada.

En estos puntos, que el director no obliga a estos neófitos actores a tratar de escapar de su propia naturaleza, la película funciona de mil maravillas. Además va de la mano con ese portento de fotografía que aprovecha los días grises y las tormentas de arena para dejar que el mundo a su alrededor quede desdibujado en momentos clave de la historia, algo que también hace con las tormentas y la noche.

La pena es que también colapsa el guion y lo hace con un giro previsible y tramposo. El celuloide que aguantaba perfectamente esta road movie cada vez más intimista recibe de repente la noticia de que esto ya no podía ser más así.

La mala fortuna hace acto de presencia en dos ocasiones para que el espectador pase a estar primero ante un melodrama y luego ante una especie de película de terror. En ambos casos la inexperiencia de los actores neófitos y un Sergi López más perdido que su personaje. Unos casi parecen leer el guion, el otro parece que actúe en un teatro y al final el contraste entre ambos genera un abismo interpretativo imposible de solucionar.

Sirat pasa de su propia coherencia

Sirat no quiere ser coherente consigo misma y no solo por estos dos giros sorprendentes de guion cuya única finalidad es la conmoción vacía, también lo demuestra en una aún más sorprendente falta de cuidado y mimo. Como he apuntado antes, los actores escogidos funcionan cuando están en su propio ámbito, cuando, presupongo, se limitan a ser ellos mismos en su normalidad, sin embargo se notan las limitaciones de la dirección cuando estos tienen que actuar ante lo inaudito. Esto también sucede con el actor profesional, y no hablamos de un mal actor. Pero es que todo esto también sucede con el montaje.

Al finalizar el primer tercio, el protagonista va viendo como debe desprenderse de muchas cosas para continuar su camino, su búsqueda. Entre estas cosas está el parachoques de su vehículo que le impide avanzar y que uno de los miembros del grupo arranca con cierta ira por el cansancio que producen las situaciones repetidas en las que deben ayudar al padre. A partir de este momento mis párpados empezaron a mostrar nerviosismo en una de cada dos escenas al aparecer y desaparecer dicho elemento del vehículo.

Puedo entender que haya elementos que a un equipo se le escapen, que lleguen a montaje y que incluso pasen desapercibidos ahí o que se dejen por ser poco notorios. Pero no soy capaz de entender esta decisión que tampoco tiene una intención artística o temática. Es una chapuza del máximo nivel, ya que la escena en la que sucede su pérdida, el gesto tan expresivo con el que se arranca, hacen que su presencia pase de un elemento más inadvertido a algo central. A partir de ahí empecé a ver otros errores que quizás ni hubiese notado, el constante recordatorio de ese fallo tan grande hacía imposible recuperar del todo la confianza en lo contado.

Y es por todo ello que al final la película es coherente en su incoherencia. Cuando su última gran escena no es más que el clímax de algo más propio del terror, que poco importa ya. Yo solté mi carcajada con el chistoso “que pete todo ya” que lleva al inicio de este espectáculo del horror. Para mí la película ya se había despeñado unas cuantas escenas atrás, que todo estallara al menos lo hacía más entretenido.

Sirat es una gran fotografía, una idea de road movie muy especial y un guion tramposo que junto a la falta absoluta de cuidado del director hace que todo caiga por un barranco.

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