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Nosferatu, el horror gótico toma la gran pantalla

Que Robert Eggers se ha convertido en un referente en el cine de terror es una simple cuestión de justicia. El realizador ha superado todas las expectativas al enfrascarse en proyectos que han trasladado el horror lovecraftiano y la épica dramática shakesperiana al celuloide. Ahora se ha atrevido con una vaca sagrada para los cinéfilos puritanos que siempre consideran que es imposible tocar correctamente un clásico y que estas son piezas perfectas. Lo mejor es que la jugada le ha salido genial.

Los clásicos intocables y las reacciones a la subversión

Si algo caracteriza a muchos de los sectores creativos, y especialmente a lo que son llamados “artes”, es que siempre hay una serie de movimientos que los estudian y ensalzan, pero de forma incorrecta. Gente obsesionada con la perfección de obras que, evidentemente, solo pueden haber ocurrido en el pasado y que ahora no puede uno acercarse a ellas si no es para glorificarlas.

Es algo que pasa en la música, la escultura, la pintura, el cine y que ya empieza a verse en formas de expresión más recientes como los videojuegos. En este caso Eggers, con una visible conciencia sobre este efecto, decide renovar la obra más famosa de Murnau en muchos aspectos.

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El acercamiento es respetuoso, es cierto, pero también aprovecha aspectos que han envejecido de aquella obra de los años 20 del siglo pasado, para 102 años más tarde, regodearse en ellos y generar cierto humor que le sienta como un guante a la adaptación. La exageración, no solo del Conde Dracula Orlok, sino de las reacciones de todos los personajes, tanto ante el horror como ante cualquier pequeña transgresión.

Es gracioso porque con ello el director parece reírse de los críticos tipo Cahiers que solo gustan de la subversión de sus mesías y elegidos. A menudo son incapaces de aceptar la que pueda llegar desde la cercanía a la cultura popular. Son como estos señoros ilustrados que creen tener la razón en su ciencia, a pesar de tenerla copada con conceptos llenos de prejuicios, sobre todo hacia las mujeres. Ellos juzgan la pasión y exageración estética de Eggers como los hombres cercanos a Ellen que solo ven Melancolía e Histeria. Ellos juzgan la capacidad del profesor Van Helsing von Franz, a pesar de ser el único dispuesto a estudiar todas las posibilidades.

Una vuelta de tuerca feminista a una historia de placer machista

Y es que una cosa que hace muy bien y que no esconde esta nueva adaptación de Dracula Nosferatu, es darle una vuelta de tuerca a todo el relato original. Mostrando una y otra vez el papel de la mujer en una sociedad que se cree más avanzada de lo que demuestra ser. Apuntando a los peligros de los discursos llenos de supuesto conocimiento infalible y a la llegada de males que muchos de estos pensadores liberales son incapaces de reconocer.

Imagen de Nosferatu en el que Ellen y su amiga Anna pasean por un cementerio en la playa.

Las visiones, siempre de féminas y del único hombre que parece estar dispuesto a entender a una mujer (un beta que dirían en ámbitos de podcast), se ridiculizan constantemente. Hablando de enfermedades mentales, de exageraciones y de sinsentidos. Como espectadores percibimos la grotesca justificación constante de los hombres para apuntalar su poder, un poder del que el conde se aprovecha mientras ríe.

El papel de las mujeres está siempre muy ligado a todas las tradiciones paganas y a las capacidades espirituales. En ocasiones se ha explicado que esta relación se ha realizado para desligar el rol de la mujer de cualquier capacidad por la ciencia. Eggers decide abrazar esa idea y muestra como hasta en el plano aceptable por la moral victoriana, el religioso, son monjas las que pueden conseguir curar el mal provocado por el conde Orlok.

Imagen del final de la película
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Algunos dicen que el final puede contradecir gran parte del mensaje feminista, de la vuelta de tuerca. Si bien es cierto que cae en un tópico, la forma en la que lo hace es la que cambia todo. El poder durante toda la escena está en manos de Mina Ellen. Su decisión es la que lleva a la conclusión del relato y su responsabilidad.

No lo hace con el papel de la mujer virginal cuyo sacrificio terminará con todo mal, lo hace asumiendo que ella lo despertó. Ella es sexualmente activa y moralmente implacable. Cierto es que es complejo juzgar la conclusión, me espero las raudas respuestas que dirán que entonces el feminismo es lo que despierta al peor de los males. Pero ay chavales, ella puede despertarlo, pero quién lo alimenta y facilita su ascenso que produce muerte y caos no es ella, son los hombres por pura codicia y ansia de poder.

Ellen se alza como una heroína distinta, comprometida con el dolor causado y consciente de las opciones que tiene a mano. Y es gracias a Ellen y a la comprensión de von Franz, que podemos ver el sol brillar de nuevo.

Nosferatu es terror gótico

Pero hablemos de lo mejor de esta adaptación libre de Nosferatu, película que ya adaptaba a su manera el relato de Dracula. Puesto que lo mejor que nos va a ofrecer es entender qué despertaba el terror entre quiénes leyeron originalmente las cartas y páginas de diario que componen de forma magistral el relato de Bram Stoker. El poder del conde siempre escapaba al normal entendimiento de los protagonistas y el sexo guiaba muchos de sus pasos de forma consciente e inconsciente.

Imagen de Nosferatu en el que se ve un cruce de caminos en un bosque nevado de noche, con niebla y una atmósfera opresiva.

En esa mezcla de culpas, sexo, poder y oscuridad, en ese velo que desfigura todo lo que parece moralmente aceptable y claro y nos hace dudar sobre el deseo, es donde el terror gótico tiene cabida. Y esta adaptación consigue llevar a cabo el propósito de provocar el asco, la curiosidad y la sensualidad por partes iguales, al tiempo que lo hace en ambientes cargantes, sucios y tenebrosos.

Virtuosos movimientos de cámara que van saltando entre el plano objetivo y el subjetivo, las sombras acompañando estos lentos paseos, siendo un homenaje y una evolución de la idea más revolucionaria y funcional de Murnau, todo el trabajo audiovisual del director y el equipo va de la mano con la necesidad de generar esas sensaciones contradictorias y de atrapar, no, más bien arrebatar al espectador de su comodidad.

Nosferatu debe ser celebrada como el retorno del terror gótico que, desde el respeto, pero también desde la intencionalidad más traviesa, entiende a la perfección los temas que lo impulsaron y los convierte en algo tan de su época como actual. El mal está de camino, pero la codicia nos impide responder.

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