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Los Pecadores, cuando la renovación pasa por la tradición

Los Pecadores es una de las películas de 2025, una de esas que definen el año en el que aparecen y que abren la puerta a recuperar géneros y conocer nuevos acercamientos a sus temáticas. Estamos ante una obra personal, la más personal hasta ahora de Ryan Coogler, afamado director de las películas de Black Panther y Creed.

La tradición vampírica

Lo primero que llama la atención de Los Pecadores, es que a pesar de apostar por una ambientación poco o nada convencional en esta temática. Hablamos de una zona rural de mayoría negra a principios del siglo pasado, no es precisamente uno de los primeros lugares que le vienen a uno a la mente cuando piensa en historias de vampiros que cumplan con todos los tópicos.

Y es que lo otro más sorprendente de esta obra es su respeto absoluto por todos los estereotipos de vampiros habidos y por haber: el no poder acceder a un interior sin ser invitados, el ajo, el agua bendita, las estacas, la plata, etc. No hay uno solo de estos clichés que no esté presente en Los Pecadores y lo curioso es que funcionan muy bien, porque se transforman de una excusa narrativa que de lugar a la debilidad de seres casi invencibles en una herramienta para generar las mayores tensiones de la trama.

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La mente colmena

Un detalle muy curioso y poco usado en el cine de vampiros es la visión de la mente colmena, el conocimiento transmitido a través de esa infección de podredumbre y poder. Se genera una gestión de control de las masas, proponiéndolas como algo maleable cuando las acercamos a este patógeno que los descompone al mismo tiempo que los convierte en seres todopoderosos.

Estos pecadores que se han dejado llevar por la deriva de sus deseos, siendo al final una encarnación de la figura del maligno. La transfiguración del mal, de la lujuria, la avaricia, el orgullo, la gula, en forma de algo aún más maligno por basarse en el semejante y en el engaño. Ese lobo con piel de cordero con el que se define a menudo en muchas culturas a sus respectivos diablos.

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Humor negro y seducción de la repugnancia

A pesar de ser proyectos que se habrán realizado en paralelo y sin influenciarse entre sí, Nosferatu y Los Pecadores tienen mucho en común en cierto uso del humor negro y del sexo desde un punto de vista que no tiene tabúes. En ambas la repugnancia da lugar a escenas tan dramáticas como sensuales, sin miedo alguno a producir ambas sensaciones en el espectador, provocando incluso la carcajada.

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La música, ese don primitivo

La música es básica en esta película que sin ser un musical tiene algunos de los momentos musicales más espectaculares que se hayan hecho en el cine del nuevo siglo. La música tiene un gran peso y no solo en la unión que representa de forma explícita e implícita entre los personajes de raza negra de la película. Va mucho más allá, mostrando en cierto punto como la música también es la demostración del poder que posee el vampiro como dueño de la mente colmena.

Hay algo primitivo en la visión de la lujuria, del amor y del deseo en esta película, es una visión que se amplifica a través del uso de la música en todo momento. Desde la presentación in media res el mástil de una guitarra es el gran McGuffin de un filme obsesionado con usar desde una de las tradiciones orales más antiguas del ser humano como hilo conductor de la historia.

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Una de las escenas engrandece aún más este poder sobrehumano de conseguir unificarnos alrededor de los sonidos, ritmos, tonos, armonías y texturas, llegando literalmente a mostrar todas las que han precedido y que sucederán al talentoso protagonista. Su poder es el mayor de todos, es un poder que emana desde la cultura, desde el amor, desde una habilidad innata y tan natural que parece surgir de sus propios huesos.

Un final espectacular para todos los pecadores

Hay algo en la resolución del momento más tenso de Los Pecadores que resulta genial por simple, por plausible. Cuando todo está atascado es la rabia pura, la desesperación y el odio el que aparece para romper tablas. Una decisión que nace desde lo más profundo de los sentimientos de un personaje completamente aterrorizado que abandona por completo el raciocinio.

Y es que es lo primitivo lo que empuja a la historia a continuar. Como se dice, los deseos, el título acierta de lleno en remarcar la importancia de los mismos dentro de un contexto moral en el que resultan poco aceptables. Pero demostrando en la decisión final de su protagonista de no abandonar su don por continuar con una tradición religiosa que tampoco le ofrece respuestas a lo que ha vivido. Y es en su fantástico epílogo que sabemos que su deseo era en realidad más puro que el que claman aquellos guardianes de la fe, que esta música que atrajo el mayor mal, también es una forma de expresión, de comunicación y, sobre todo, de comunidad, que tiene un valor incalculable.

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