SKR

26 juegos, un año: #9 Little Kitty, Big City, el auténtico juego de gatonear

Hace no mucho un indie de alto presupuestos (a mí no me preguntéis, yo solo soy una chica) llamado Stray arrasó en ventas y algunos premios gracias a su protagonista, un gato. Aparte de muy buenos gráficos y su gato protagonista, el juego no es que destacase por mucho más. Es cierto que el arte y la música destacaban también, pero el juego en sí mismo se veía demasiado encorsetado en muchos sentidos, siendo más una aventurilla cyberpunk con toques de Zelda ligero que otra cosa. Pero aquí no estamos para comparar, Little Kitty, Big City no necesita enfrentarse a nadie, es un buen juego por derecho propio y lo voy a demostrar, siendo mi noveno juego de 2024.

100% de logros - 8h

Little Kitty, Big City, caída y ascenso de un gato

Me desperté de mi quinta siesta de la mañana en mi cojín de la ventana con tan mala suerte, ¡miau!, que me caí. Afortunadamente, un cuervo despistado volaba cerca de mi edificio y pude agarrarme a él un poco para aligerar la caída. No conseguí caer grácilmente sobre mis cuatro patas, pero al menos pude sobrevivir. Me encontraba en un barrio desconocido, al otro lado de las vías de tren y no sabía por dónde empezar. Así que caminé un poco, vi una ventana abierta así que salté al alféizar y antes de entrar, tiré una maceta.

Tuve que aprovechar el paso por la cocina de la casa y por algunos jardines para poder salir de ese barrio, no sin antes destrozar un cuadro, tirar más macetas y asustarme al pisar un enorme charco. Bueno, no voy a mentir, también me acerqué a un perro que no sabía dónde estaban las pelotas que quería enterrar, traté de trepar por la enredadera de un jardín y jugué con un balón de fútbol hasta meter gol en una pequeña portería coloreada. Puede que me despistara un poco, pero ya estaba más cerca de volver a casa.

O eso creía hasta que vi que no era capaz de escalar lo suficiente y que un perro rabioso estaba bloqueando uno de los caminos. Tuve la suerte de cruzarme con el cuervo al que me agarré que tras una pequeña bronca en la que además de disculparme tuve que explicarle que los gatos no podemos volar, me desveló como podría mejorar mi habilidad de escalada: comiendo pescado.

En busca del pescado

Así que me puse pantuflas a la obra a buscar pescados que comer para poder llegar más alto, no sin antes ayudar a un extraño mapache a abrir portales de teletransporte en las alcantarillas, hacer tropezar a humanos, robar sus teléfonos, sombreros, asustar animales, cazar pequeños pájaros, dar alimento a los perros para que se aparten del camino, aprender gestos de otros gatos, enamorar a algunos viandantes, hacerme una sesión de fotos, destrozar un coche, coleccionar sombreritos, llevar patitos de goma a un estanque,...

Es verdad que son muchas cosas, pero yo estaba completamente centrado en mi objetivo de ayudar a una mamá pato a encontrar a sus hijos, no, perdón, a volver a mi hogar. No seguí ningún orden, prefiero ir haciendo las cosas a mi ritmo y dar vueltas por la ciudad. Como caso de piso, no conocía las calles de mi barrio y me ha gustado saber que hay un parque, un estanque donde pescar, tiendas de barrio y un edificio en obras. El obrero de ese edificio me cae mal, no me deja marcar el cemento fresco con mis huellas.

También hay una ancha avenida con tiendas muy grandes, hay una de juguetes en las que he jugado a ser como Godzilla, mi monstruo favorito. Ojalá fuese un felino gigantesco, se le daría mejor escapar. Y lo mejor del barrio, es que cuando parece que ya no podía encontrarme más sorpresas, hay más, sobre todo cuando empecé a escalar cada vez más alto. Me encontré con el agente de una gata influencer o algo así y aproveché para hacerme unas fotos divertidas en el set que tenía en su terraza.

Al final todo consiste en disfrutar

Tampoco voy a negar que entre aventura y aventura me eché unas cuantas siestas, y es que un gato debe hacer lo que debe hacer. Y me puse a jugar con el tobogán del parque, me colé por muchos huecos e hice enfadar a algunas personas. Nunca hay que dejar de ser gato cuando, bueno, eres un gato. Hace las cosas mucho más divertidas y relajadas.

Lo mejor de todo, es que cuando por fin conseguí llegar a casa, pude echarme la mejor siesta de todas en mi cojín junto a la ventana. Qué dura es la vida del gato.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

One comment on “26 juegos, un año: #9 Little Kitty, Big City, el auténtico juego de gatonear”