He decidido juntar en esta entrada una película y una serie porque considera que ambas tienen un problema parecido provocado por aquello que escapa a la intencionalidad artística: querer gustar a todo el mundo. Hung (Superdotado) y Los niños de Winton tienen una premisa muy interesante, cada una en un ámbito distinto, una en la comedia y la otra en el drama histórico, pero ambas no potencian su forma con esta premisa, al contrario, hacen un trabajo muy blando pese a la facilidad con la que podrían ser muchísimo más.
¿Es justo medir en base al potencial?
Siempre se dice que una obra cultural debe criticarse por lo que es y no tanto por lo que podría ser, sin embargo, esto es una simplificación, ya que el papel de la crítica cultural debería tener en cuenta no solo lo que es una obra, sino su intencionalidad y es a través del objetivo de esta que se puede hablar de lo que podría ser y no es.
Uno no debe criticar la enésima película de superhéroes por no ser tal y como es otra que te guste, eso es injusto, ya que cada obra tiene su entidad, pero nada debería frenarle de entender que, con la intencionalidad de la misma, no se llega a las cotas que debería.
Por ello no tengo reparos en analizar la serie Hung de HBO y la película Los niños de Winton por lo que no han conseguido ser, porque en ambas se nota en muchos instantes la intención de ser más que un producto cultural convencional. Y es una pena cuando esto sucede existiendo material para darle una vuelta sin necesitar muchos añadidos.
El efecto Kuleshov
Hablemos del montaje, una de las opciones de expresión menos valoradas por el público por el desconocimiento del gran valor que aporta en el lenguaje audiovisual. Afortunadamente y gracias a la democratización de los medios para editar vídeo, parece que la gente cada vez entiende más su importancia. Solo hay que ver los ya clásicos trailers que cambian completamente el género de películas famosas.
En Los niños de Winton es donde más claro queda que se ha tratado de hacer una película sencilla, funcional, correcta, sin más, pero contando con dos espacios temporales distanciados y la pista de una temática común, no se aprovecha apenas. Destacando curiosamente más los segmentos del presente, gracias sobre todo al eterno carisma de Anthony Hopkins, que los del pasado que justo cuentan la historia más cruda y dura.
Esto es algo que se podría haber realzado muy fácilmente enlazando mejor las imágenes del pasado que eran potentes con otras del presente más cotidianas, reforzando el contraste de la guerra y la paz y de cómo existe siempre un poso de los recuerdos que afecta a las acciones actuales. Es una pena porque son cambios muy sencillos que convertirían esta obra en un gran manifiesto a favor de la acogida de refugiados, algo que encima daba un mayor valor a su mensaje en un momento como el actual.
En el caso de Hung no es tan evidente, pero el trabajo como gigoló del protagonista, que no aporta un debate profundo sobre un tema siempre interesante como el sexo y que, ni siquiera abre el melón sobre la mercantilización del cuerpo y mente de una persona, a pesar de contar con un personaje supuestamente crítico con el sistema capitalista. Es una serie muy blanda en la que quitando sus escenas de sexo (poco sexuales, lo cual es triste), apenas cambiaría en nada.
Era la serie ideal para darle la vuelta al concepto, de relacionar el sexo con todo en la vida de una forma mucho más atrevida, más real. Y el montaje era la clave para que, incluso con sus insulsas escenas de sexo, se le diera un mayor peso al tema y mostrara con más sorna las grandes contradicciones de todos sus personajes.
Y es que tenemos personajes anticapitalistas que se suman a la especulación, almas libres que son un pozo de celos, y así un largo etcétera, pero todo ello queda debajo de la comedia casi romántica de un matrimonio y poco más. Mezclar sus momentos cumbre con las escenas de sexo, hubiese generado un mayor interés, mostrando aún más esas contradicciones y dando lugar a escenas íntimas más divertidas y alocadas.
En conclusión: Hung y Los niños de Winton, dos oportunidades perdidas
Y es que en definitiva contamos con dos productos con una base muy sólida que daba para hacer algo rompedor o, al menos, mucho más interesante y menos básico y ambos solo arañan la superficie.