Lo último que he visto en cines ha sido Gladiator II y la verdad, aunque debo confesar que es entretenida, tiene momentos espectaculares y aguanta con un ritmo bastante acelerado, me ha dejado más frío que el clima de Kirkenes, que ya es decir. Ridley Scott vuelve a ir con el piloto automático (y mira que odio tirar de expresiones tan utilizadas como esta) para ganar un poco más de pasta sumándose a la ola de la nostalgia.
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La secuela que quería ser reboot
Gladiator II es una película que en ningún momento esconde que es una secuela de la primera, bueno sí, toda la primera parte parece querer despegarse de su celebrada antecesora para tomar de esta solo la referencia de su vertiente más espectacular. Los créditos iniciales se muestran sobre las imágenes más importantes de la primera película en un efecto pintura. Para volver a enlazar con la misma a través de granos de cereal.
La presentación dura poco y nos pone, como ya hizo la primera, en una batalla importante, esta vez contra una fortaleza frente al mar. Aquí le película ya muestra que tiene claro que esto es espectáculo y a eso hemos venido. Una pena que se vea empañado con unos efectos y una producción irregulares. Hay planos en los que todo parece verdadero en los que la épica llena la pantalla, pero su efecto se desvanece como la pintura de los títulos.
El raccord en la fotografía brilla, por su ausencia y la cámara suele estar allí donde parece que no molesta y las cosas se ven. No traslada tensión alguna y el resultado de la batalla es tan previsible que genera aún más indiferencia. Aunque se agradece que volvamos a las imágenes del más allá, con cierto gusto y que destacan mucho sobre el resto del metraje.
A partir de aquí vamos a Roma y los lugares son comunes en exceso con la anterior, volviendo a usar la arena en la que se pone a prueba a Máximo para el nuevo protagonista, a pesar de que ahora se ubica junto a la capital. Durante todo este inicio la película parece más un reboot que una secuela, un reinicio sobre el que fundar nuevos cimientos para la franquicia. Pero poco dura el efecto.

Duplicidades ineficientes
Las grandes corporaciones, y de esto en Hollywood saben un rato, suelen estudiar muy bien si existen duplicidades ineficientes en sus estructuras. Lo hacen sobre todo tras la compra o fusión con otras empresas. En este caso Ridley las abraza con descaro: No tenemos a un protagonista general, pero lo duplicamos con uno de verdad; no tenemos a una mujer que es el hogar, pero a dos en forma de madre y esposa; no tenemos a un solo emperador que cumpla con todos los tópicos del poderoso afeminado y malcriado, sino gemelos; no tenemos a un manipulador en las sombras, hay dos, aunque aquí el espacio de uno cede rápido ante la ambición del otro.
La película duplica a su antecesora tanto como copia de la misma en su estructura básica, como multiplica por dos los elementos de esta. Algo que sumado a la desgana con la que parece estar dirigida resulta aún más ineficiente. Por suerte la trama es tan ligera como en la primera y, quitando explicaciones sobre el origen del protagonista, se despacha todo corriendo de escena a escena para poder mostrar algo más de violencia y sangre.

El doble de batallas y el doble de sangre
Aquí es donde no voy a quejarme. Gracias a que quiere contar una trama algo más enrevesada, la película aprovecha y nos muestra más batallas, luchas aún más espectaculares en el Coliseo y mucha más sangre. Se agradece que una película de este presupuesto dirigida al gran público no se censure a la hora de mostrar la violencia.
El problema es que la tensión en las peleas y batallas es mínima, porque ni siquiera se toman un tiempo para que nos encariñemos de algún secundario al que matar en la arena y aumentar la rabia del protagonista. Para ello ya se reservan a secundarios protagonistas, porque hay tantos que además de la esposa (no podemos llamar a esto spoiler que se ve venir desde el material promocional) hay oportunidades extra para aumentar la rabia sangrienta de nuestro gladiador. Problemas de las duplicidades, pero hay sangre.
Gladiator II: crónica de un sueño acelerado
Y es que con tantas duplicidades ocurre algo con Gladiator II o GladIIator que aún chafa más la experiencia. El poco peso que tienen todas las escenas. Todo pasa con el tiempo justo para funcionar en pantalla, para contar la historia, no hay respiros, no hay momentos para mostrar las consecuencias. De hecho, no hay tiempo ni para las típicas pausas en las que acompañar alguno de los múltiples duelos que sufrirá el protagonista.
Es todo parte de un sueño que quiere recuperar la gloria de la antigua Hollywood, no pregunten de cual, supongo que de la que coronó a Ridley Scott como un gran realizador que ahora mira a ese glorioso pasado con anhelo. Estaría bien, que también lo añorara con ganas, con su capacidad más que demostrada por dirigir a los actores que en ocasiones se sienten perdidos, por encuadrar algo más que la acción, por meter algo de gracia a una edición rítmica en exceso.
Ridley sueña con un imperio al que se acerca más desde el cinismo de quien le da igual destruirlo desde dentro, que desde la esperanza necesaria para poder llevar a cabo un sueño.
Lo bueno de este sueño truncado, de esta película contradictoria que no pasará a la historia como si lo hizo su sencilla, pero ambiciosa antecesora, es que es entretenida. Aunque tenga duplicidades y una innecesaria fijación por querer ser una secuela cuando funciona bien sin serlo, es rápida, es espectacular y no aburre. Algo que en el Hollywood obsesionado por LARGOmetrajes cada vez más kilométricos es ya un logro.
Ridley, como cierto señor anaranjado, no hará Hollywood Great Again, pero oye, al menos esta vez no ha desbarrado como nos tiene acostumbrados. Le diría que si quiere de verdad que todo vuelva a ser un imperio de sueños, que debe ser el primero en soñar, lo hizo a menudo, pero si quiere seguir siendo un cínico como Macrinus (grande Denzel Washington, lo mejor de la película) que no nos de la vara con un discurso que no quiere cumplir y sea honesto, que está ahí por la pasta.