Voy a colar esto en estrenos porque la vi el sábado y ganó el Oscar, así que mantiene suficiente relevancia. Tonto de mí el no haberla visto antes por una campaña mediática pésima para la realidad de la película. Mientras el póster decía “comedia romántica simplona” la sinopsis por su parte comentaba “vuelta de tuerca al amor romántico y problemas con rusos”, el tráiler ni lo vi hasta ahora y no pienso ponerlo porque es el mayor nido de destripes que uno pueda echarse encima. Pero vi un nombre junto a recomendaciones de gente en la que confío en Bluesky: Sean Baker.
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Sean Baker deslumbra con su mirada cruda y positiva
Si acabé cayendo en ver esta película fue por darme cuenta de que detrás de las cámaras se encontraba un realizador único en la escena americana. Un director obsesionado con un cine social que no resulte dramático en exceso, ni victimista, ni siquiera lúgubre. A pesar de habernos mostrado anteriormente espacios abandonados por las instituciones e incluso por las grandes empresas que los ocuparon en alguna ocasión. Ya sea las calles de Los Ángeles, un motel vetusto junto al mayor resort de Disney en el mundo o una zona industrial en declive, Sean nos muestra la vida de sus residentes desde el respeto.
Lo mejor de dejarse arrastrar a este mundo es que es real, cercano, facilita la empatía con cualquiera de sus personajes, al mismo tiempo que los ancla a la verosimilitud. A pesar de que muchas de las cosas que suceden en sus películas son, digamos, poco probables, no requiere de suspensión de la credulidad, ya que te crees a sus personajes y acciones. Son cosas improbables, pero que hemos vivido en alguna ocasión en nuestros barrios.

El clímax que da pie a una gran comedia
Lo mejor de Anora llega cuando se deshace de su trama inicial que parece una revisión de Pretty Woman para dar lugar a una de las transiciones más elegantes del cine desde Parásitos. En este caso pasamos de un momento que clama drama e incluso thriller, rompiendo con el luminoso romance, para en realidad virar hacia una comedia de situación desternillante.
Pocos directores y guionistas pueden permitirse estos giros tan bruscos sin desbarrar. Algunos lo consiguen de forma puntual, navegando sobre todo entre lo emocional del melodrama y la comedia absurda, pero, sin quitar un ápice de mérito de autores como James Gunn o Taika Waititi que navegan estas aguas con agilidad, es especialmente complejo cuando el salto a dar mantiene el mismo tono general. No hay un cambio de registro de los actores, ni de la fotografía, ni del montaje, ni de ningún otro aspecto que evidencie que ahora hay chanzas.
Lo mejor es que esto sucede justo en lo que para muchos sería el clímax de su historia. Aquí da pie de repente una comedia que toma lo mejor de Wilder y Capra, junto a personajes tan fuera de lugar como los que suelen poblar las disparatadas historias de los hermanos Coen. Una comedia que se apoya en la naturalidad de Sean Baker y, antes que nada, en la de sus actores.
Anora es actuación en estado de gracia
Y es que pocas veces una película se podía sentir tan natural y verosímil como Anora en las actuaciones de sus protagonistas. Todos ellos consiguen transmitir la personalidad de sus personajes, contar más de lo que dicen en sus gestos y tonos de voz y actuar tal y como uno podría creerse que actuarían en la vida real.
Y en este gran grupo de actrices y actores hay que destacar a dos: la primera es la más que merecedora del Oscar Mikey Madison y el segundo es Yuriy Borisov, actor ruso que destacó muchísimo en la fantástica La fuga del capitán Volkonogov, otra película con toques de comedia en situaciones que no apuntan a tal.
Mikey hace que Anora sea alguien a quién podríamos conocer en cualquier momento, alguien de carne y hueso que destaca por su energía. Ani, como quiere el personaje ser llamado en varias ocasiones, es una mujer joven tan fuerte y decidida como frágil y, a veces, ilusa. Es pura expresión de juventud con cierta rebeldía, con brío y con más valentía de la que debería.

Por su parte Yuriy como Igor va desgranando poco a poco su sensibilidad. Demostrando ser un remanso de cierta paz y madurez en un entorno en el que toda lucidez brilla por su ausencia. Lo mejor es lo pausado que resulta toda su evolución en pantalla, que no evolución del personaje en sí. Sembrando en la cabeza del espectador que estamos ante un Chav (Chopnik) ruso, para ir descubriendo que no es así. Siempre en un segundo plano y siempre en el punto de fuga cuando vemos a Anora tratar de asimilar lo que está sucediendo.

El retorno de la comedia de situaciones a Hollywood
Anora se siente como la vuelta a la vida de los genios ya nombrados anteriormente, Wilder y Capra. Sean Baker toma la batuta de las comedias clásicas, las renueva y sigue erigiendo su fantástica filmografía desde el máximo respeto a los personajes que provienen de los márgenes de la sociedad de Estados Unidos de América que suelen pasar desapercibidos en su cine y que cuando aparecen normalmente es para victimizarlos sin aportar nada a sus discursos.
Celebremos juntos que Anora nos pueda recordar a lo mejor del cine de su país, especialmente de géneros que han quedado sepultados en una constante producción de cine de acción con toques fantásticos y de ciencia ficción (que como friki celebro, pero en la variedad está el gusto) y de dramas llenos de trampas y diálogos que parecen inteligentes a pesar de no contener un solo gramo de agudeza. Celebremos que el cine puede ser respetuoso en lo social, divertido y entretenido y al mismo tiempo provocarnos una serie de reflexiones sobre temas tan variados y profundos como el amor romántico, la prostitución y los techos de cristal.