Hace ya unos meses que vi por primera vez Adolescencia y recientemente tuve la necesidad de repetir. No solo por aprovechar y verla en versión original (algo que me impide siempre mi pareja), también por entenderla mejor y confirmar lo que ya sabía, que el plano secuencia que es cada capítulo no es solo una decisión artística para mostrar capacidad técnica. Mi novena serie de 2025.
Índice
Cuatro capítulos, cuatro pedazos de un mundo incontenible
Cada capítulo de Adolescencia trata de contener su trama en un lugar, no en una sola escena, sino en un lugar, en una continuidad física que de forma muy puntual se ensancha para mostrar algo más. Empezamos en un coche de policía, pasamos a casa de los Miller y de ahí hacia la comisaría. En su momento vi alguna crítica porque tras un inicio tan potente de repente hay varios minutos del viaje en el coche policial junto a Jamie, el menor de la familia que es arrestado. Este trayecto no es tan largo y sirve para empatizar con el joven, para acercarse mucho más a él, porque todo lo que viene a medida que se desvela la razón de la detención aleja fácilmente al espectador del personaje.
Lo importante es que esta continuidad real en el espacio y el tiempo permite que los sucesos y diálogos más chocantes tengan aire, invita a la reflexión, nos atrapa junto a los personajes para estar con ellos en momentos difíciles, sin desviar la mirada de la rabia, la frustración y la tristeza que inunda la pantalla en cada instante. Se ahonda en los personajes a través de sus reacciones naturales, aquellas que duran más que un simple corte, aquellas que van mostrando como alguien se derrumba poco a poco y que se entienden mejor al ver todo el proceso que lleva hasta ese clímax emocional.

Así que como espectadores solo nos queda acompañar a los protagonistas que deambulan por estos retazos del mundo, por lugares significantes para la trama, pero también por lugares de tránsito. La visión objetiva y exterior asociada a estas narraciones colapsa al formar parte del tránsito de estos mismos personajes por sus escenas. Estamos ahí, respirando en la misma opresiva atmósfera, sintiendo las mismas miradas clavadas encima por el odio, la incomprensión y la rabia.
Una fría comisaria, una escuela que aún siente las réplicas del terremoto que asoló su paz, un centro de detención en el que las figuras femeninas apenas tienen presencia y un vecindario que hace sospechar constantemente relegando al hogar el único lugar seguro y a la vez, el lugar que contiene el habitáculo origen de todo lo sucedido. La continuidad no es un mero artefacto en manos de un hábil demiurgo, es una realidad incontestable que no nos permite escapar en una elipsis, solo seguir el imparable y aciago destino.
Las fases del duelo aplicados a la comunidad
Cada capítulo no solo es un espacio, también es una fase del duelo, es el avance de la psique a través del laberinto de la comprensión de lo insondable. La negación de la familia que no entiende como puede la policía irrumpir en su hogar con tamaña desproporción, la de un adolescente que partícipe del delito se cree impune y que trata de agarrarse hasta el último momento al apoyo de un padre que ya no es capaz de entenderle.
La rabia que asola el ambiente en el que el debate y la investigación gira siempre entorno al culpable, acrecentando la frustración de quiénes solo quieren rememorar a la victima. Una rabia nada contenida que rompe todas las tensiones en uno de los ambientes más amables y sofocantes que hay, la educación secundaria.
La negociación nos lleva a tratar de dilucidar que hay detrás de la maldad, de buscar la comprensión de lo sucedido. Entender qué mecanismos activaron una respuesta que generó la mayor desolación. Todo en un entorno que deja claro que el género en su dimensión cultural, en su constructo, aviva lo que hace tiempo que dejó de ser un debate. El valor del débil que ve una oportunidad en la diferencia, en el más débil.

A todo esto le sigue la tristeza, la depresión, la caída al abismo y la sospecha constante. El dolor que no quiere marchar, que sigue en el recuerdo y que pincha a través de comentarios, miradas y gamberradas. El capítulo final nos lleva por un pequeño viaje familiar que rompe al padre, al que tuvo que ver las pruebas y que dejó de ver a su hijo como ese joven inocente. El trayecto lleva de nuevo a la negación, a la rabia y a tratar de comprender, pero la presión social lo desvanece todo en el más profundo desconsuelo.
No desvelaré como el final deja en manos del espectador la aceptación, siendo el poso que dejarán las lágrimas cuando sequen. Porque en realidad no se puede entender realmente qué razones llevaron a semejante crueldad, solo queda resignarse, mirar hacia adelante y avanzar.
Adolescencia incomprensible
El título, la temática y los lugares recorridos hablan de una época personal en la que los cambios llevan al descubrimiento y descubrir implica entrar en lo desconocido, a veces incluso para aquellos que tuvieron su propio proceso. La adolescencia suele enfrentar las generaciones, suele ser símbolo de pequeñas rebeldías, de intensos sentimientos y de pequeñeces convertidas en calamidades. Pero cuando se mezcla con una desgracia, con el clímax de violencia que jamás debería llegar, es cuando se cruza una línea que hace del acto algo incomprensible. Un final abrupto de la historia de una vida, de varias y de sus conexiones.
La serie no muestra solo una adolescencia rota, también la dificultad de otras como la del detective y su hijo. Muestra claramente como estos saltos generacionales generan unas diferencias que dificultan el entendimiento, cuando en realidad todos hemos pasado por ello.

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